Terminada la Segunda Guerra Mundial, Ferruccio Lamborghini, que había servido en un destacamento de transporte para el Ejército Italiano, comenzó a comprar sobrantes de vehículos militares para convertirlos en maquinaria agrícola.
Tal fue el éxito de su nuevo negocio que, en 1960, Lamborghini ya era
el tercer industrial italiano en el sector de la construcción de
maquinaria agrícola, especialmente de tractores. Con las ganancias
obtenidas, Ferruccio empezó una vida opulenta, adquiriendo algunas
propiedades, y sobre todo muchos coches deportivos como Mercedes,
Lancia, Maserati y Ferrari. Era un admirador de Enzo Ferrari por la
forma en que mantenía su empresa, pero siempre tuvo una dificultad:
Ferruccio tenía problemas mecánicos con sus Ferrari. El motivo en
particular, y la gota que colmó el vaso, fue el embrague de su Ferrari
250 GTB. Tras numerosas revisiones en el taller, todavía fallaba.
Ferruccio decidió comunicarlo a uno de sus mecánicos, que tras
desarmarlo y verificarlo, descubrió que era el mismo que utilizaba en
sus tractores, claro que con un precio más alto al estar en un automóvil
deportivo, lo que le enfureció. Cansado de tener que soportar estos
inconvenientes, entabló una conversación con el mismo Enzo Ferrari que
pasó a la historia.
Según las palabras del mismo Lamborghini: "Los Ferrari sólo me creaban
problemas". "Un día, ya harto de mandarlos al taller, llamé a Enzo para
decirle que sus coches eran pura basura". "Y me contestó que un
fabricante de tractores no podía entender sus coches". A partir de esta
curiosa discusión, el iracundo propietario empezó a maquinar la idea de
fabricar automóviles deportivos para competir con la marca del Cavallino
Rampante.
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